LA LÍNEA DEL HORIZONTE

Miguel Zugaza. Cat. nº 5, Ezkerraldea Plastika, 1998

Mirar a lo lejos, mirar más lejos, mirarse mirar. Desde el "Monje frente al mar" de Caspar David Friedrich resulta un poco recurrente establecer una forma unívoca y concluyente sobre la posición del artista ante el abismo, frontera y horizonte de la realidad. Me da la impresión que Adel Alonso ha estado bordeando constantemente este límite, merodeando por los márgenes del desencuentro entre el ser y el estar que es la creación artística contemporánea. Con los pantalones remangados hasta las rodillas, se ha instalado frente al mar, observando la línea del horizonte, mientras las olas golpean sus tobillos. En definitiva, se ha mojado.

La quimera, la ilusión de la profundidad del conocimiento y de la trascendencia han tenido en la línea del horizonte su metáfora más expresiva. Una línea recta que cruza la ventana de la mirada, un círculo de agua que ahoga la experiencia en la existencia, una incierta posibilidad que agota todas las posibilidades accesibles.

La aspiración moderna, o más propiamente duchamptiana, de eliminar el horizonte, de convertir la obra en una luminosa transparencia, en un Gran Vidrio, desnudando la materia, eliminando toda retórica, resulta otra maravillosa quimera, una heterotopía, otro lugar, otra realidad sin horizonte, sin perspectiva, sin reglas.

No olvidemos que el recurso al vidrio, a la materia transparente, es quizás uno de los más antiguos y efectivos recursos utilizado por los artistas para doblegar la naturaleza, para someterla a la cartesiana regla de la ortogonalidad. Hay quien, como Adel Alonso, no sólo se ha valido de este recurso, sino que ha sentido la necesidad de traspasar con su mirada el muro acristalado, agujerearlo materialmente, para ver más lejos o más cerca, según convenga. Destripando la realidad, y gradualmente descomponiendo la materialidad de las cosas, Alonso ha pretendido cruzar el límite de la pura experiencia sensible, alcanzando una nueva dimensión.

Amplificar la mirada, "espaciarse", parece el propósito último de nuestro artista, igual que la experiencia de Narciso cuando imprevisiblemente encuentra su doble en la acristalada superficie del agua e inicia un diálogo imposible, el de su propio ensimismamiento.

Una vez más, el artista se coloca en la frontera, en el límite en el que la realidad parece transformarse, ampliarse o duplicarse, por arte de ensoñación. Sin embargo, la obstinada realidad nos demuestra constantemente la fragilidad de nuestra condición, la misma fragilidad que muestra la transparente o especular superficie sobre la que construimos nuestra ilusión. Tiramos una piedra, el vidrio se quiebra, la superficie del agua se ondula y el mar de las apariencias nos devuelve a la orilla.