UN SABER MÚLTIPLE Y ESCINDIDO
Xavier Sáenz de Gorbea. Cat. Memoria, Valencia, 1991
Las dificultades de ser escultor en un contexto como el del País Vasco, en el que hay una muy presente y abundante tradición cercana, se vuelven mayúsculas en el caso de Adel Alonso por cuanto su trayectoria tiene mucho de aventura personal y solitaria. Nacido en 1953, vive en Muskiz, uno de los pueblos vizcaínos camino de la provincia de Santander, un lugar privilegiado, en una casa que el propio artista ha habilitado para estudio y taller. Desde allí otea el horizonte lleno de altibajos y desniveles de los montes cercanos hasta ver el eterno movimiento del mar.
A su alcance asimismo una conjunción de lo rural y lo industrial, muy cerca de las minas y del complejo petroquímico de la refinería Petronor, por la noche toda una ilusión óptica de ciudad futurista.
Desmarcado de intereses de camarillas y grupos de presión de todo tipo, lo que en ningún caso quiere decir aislado del mundo del arte, lleva una actividad crítica y plural, didáctica y cultural, elaborando, y escribiendo incluso, una revista local.
Intereses diversos definen su actual proceso creativo. De lo pasajero o de lo que puede suceder o no, se desplaza hacia la dialéctica entre la vida en vigilia y a la espera, y el ciclo interior e intimo del sueño y la utopía. Sometida por un pensar desparramado y fragmentado, siempre presta a ponerse en marcha, la memoria resuena en cualquier dirección. De este poso dispuesto a activarse y mutarse emerge una línea y una actitud, no física, sintáctica, ni material o con una morfología precisa, sino más bien cambiante y zigzagueante, creadora de impulsos y situaciones que responden a distintas motivaciones y propósitos. Como Hamilton, «respeta más las ideas que el estilo».
En su última obra bidimensional resuena el francés Loic Le Groumellec. El silencio de la memoria, un resonar totémico inmerso en la materia como representación y al mismo tiempo como presencia, hablan de una cierta perspectiva épica. En contraste y tensión el gris, y la neutralidad del tono genera un ambiente reconcentrado en sus pliegues y hacia el interior.
Si «Contingente», título de una de sus obras, remite hacia lo pasajero, lo que puede suceder o no, (Sueño y vigilia» constriñe el campo de posibilidades. En ambos casos se abre un diálogo entre extremos que impone mirar estas piezas como imágenes que aspiran a la totalidad de la experiencia.
El tratamiento en relieve y con texturas de las superficies es ciertamente escultórico. Con las manos aplica la materia, pone la cola, raspa y pega papel seda industrial, así como transfiere con benzol fotocopias obtenidas de los media, recuperando imágenes con cariz de otros tiempos y, sin embargo, tan de hoy, como los aborígenes australianos; una nueva ambigüedad, hoy y ayer frente a frente.
Mientras cor “Jardín” -una obra redonda- remite a lo japonés de manera pavera y procesual pero no menos exquisita y sutil, la condición de conocimiento y el saber es rehabilitado en su montaje Biblos (Memoria). Una instalación no exenta de complejidad y vericuetos y plena de pretensiones. Una especie de «Summa artis» que articula y filtro materiales y prácticas anteriores según su sentido global y general, abarcador. Por un lado lo bidimensional y los distintos tratamientos y metamorfosis que adquiere la madera a través de aplicaciones y superposiciones, creando registros e impactos visuales soterrados mediante una multiplidad de códigos. Por otro, el ánfora abierta y cerrada a un tiempo, medio llena o medio vacía según se mire, de nuevo la dialéctica. De apresar un espacio entre el plomo y la parafina en lo convexo y forma exterior a presentar un espacio abierto y cóncava, receptividad dispuesta a ser usada. un recinto escindido y rehabilitado por la imagen y la memoria. Y además, las marcas propias, las del artista, por medio de las huellas de los pies y el vaciado de su cabeza. Un saber múltiple y renovado entre la cultura, la sensibilidad y la voluntad.